Escritoras cuya acción se vio reflejada entre 1940-1950

Para Juan Waldermar Wally, en cuanto a la labor artística, estética y cultural, la generación argentina de 1940 “constituyó una de las mayores riquezas de nuestra historia reciente”. Apoyándose en las corrientes literarias (“Florida”-“Boedo”), afirma que los integrantes de la generación décima, “impulsaron una profunda revolución estética a través de la ruptura de las formas consagradas, a partir de una nueva sensibilidad”. Ahí es donde se dejan ver grandes nombres de la literatura argentina, tales como Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Oliverio Girando, Roberto Arlt. Si bien algunas de las escritoras argentinas que también conforman la denominada “generación décima”, y que han sido mundialmente reconocidas son nombradas en el texto, no se realiza un análisis en profundidad de las mismas. La utilidad de analizar escritoras tales como Victoria Ocampo, Alicia Moreau de Justo, Alfonsina Storni y Norah Lange, permiten reconstruir imaginarios colectivos y señalar ciertas tensiones que atraviesan tales imaginarios.
El análisis de las formas simbólicas de violentamiento, de imposición de sentidos, cobra especial énfasis en la historia de las mujeres. Sus cuerpos, sus sufrimientos, gozos, proyectos y acciones han intentado responder a los mandatos de religiosos y científicos que les han dicho cómo son, de qué enferma, cómo sienten, qué desean. Hasta tal punto que sus vidas y subjetividades parecieran dar razón a tales discursos, cuando en realidad son su consecuencia y no su causa. (Historia de las mujeres en la argentina, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2000)
“La violencia a las mujeres -sostiene Marcela Lagarde- es una constante en la sociedad y en la cultura patriarcales. Y lo es, a pesar de ser valorada y normada como algo malo e indebido, a partir del principio dogmático de la debilidad intrínseca de las mujeres, y del correspondiente papel de protección y tutelaje de quienes poseen como atributos naturales de su poder, la fuerza y la agresividad.” (Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, Universidad Nacional Autónoma de México, México 1997, Pág. 258)

Victoria Ocampo

Escritora argentina que contribuyó notablemente al desarrollo cultural del país. Proveniente de una familia aristocrática, donde primaban las tradiciones familiares, el único destino, casi inmodificable de las mujeres, era el matrimonio y, luego de él, el hogar y la maternidad. Desde niña mostró una marcada inclinación a la lectura sumada a su notable facilidad para adquirir conocimientos. Si bien nunca fue a la escuela, recibió una educación de la mano de profesores particulares que se acercaban a su casa para enseñarle las nociones básicas a las que podían acceder las mujeres de su clase social (un poco de aritmética, ortografía, historia, ciencias naturales y abundante música y catecismo).Por esta razón, su padre se lamentaba constantemente de que ella no hubiese nacido varón, para poder darle una carrera universitaria. Es que en este periodo histórico, se hacia vigente el denominado “discurso de la domesticidad”, expresado en las leyes, las ideologías políticas, la prensa periódica, el sistema educativo y la literatura, que definió la feminidad en la maternidad convirtiéndola en la única identidad “natural” para las mujeres. Este discurso legitima el hogar como el espacio femenino por excelencia, al tiempo que condena moralmente a aquéllas que lo abandonan para salir a trabajar.
En aquellos años, el trabajo femenino fuera del hogar era considerado como una situación de excepción que sólo era legitimado en caso de necesidad y que, por lo tanto, no otorgaba identidad a las mujeres, sino que atentaba contra su naturaleza. Tal vez en el ámbito artístico era donde mas se podían liberar estas mujeres, y aún así, muchas veces eran criticadas y consideradas extrañas o transgresoras. Capaz algo de cierto exista en esto, ya que en 1910, cuando las jóvenes solo salían de su casa para ir a misa con la mirada fija en el suelo, Victoria Ocampo se iba a las playas de Mar del Plata, (sin importar si era exclusiva para mujeres, que en esa época estaba separada de la de los hombres), y estaba donde realmente tenía ganas. Manejaba autos, bailaba tango, (que para algunos "era indecencia pura"), escribía y quería ser actriz. De esta manera, se ve demostrada la manera en que actuaba la censura, siempre tomada de un modo indirecto, ya que no les otorgaba las mimas posibilidades a hombres y mujeres, que muchas veces temían hablar por miedo al reproche.
Este ejemplo narrado por Victoria Ocampo (1980) demuestra la dificultad que encuentran estas mujeres a la hora de leer determinadas cosas:
Yo era una lectora fácil, también voraz y omnívora. Lo malo era que no podía ir a una librería a comprar cualquier libro que me interesara... Muchísimos libros estaban en el índex casero. Algunos de manera incomprensible,... Ejemplo de esta censura sin motivos aparentes fue el secuestro de mi ejemplar de De profundis (Oscar Wilde) encontrado por mi madre debajo de mi colchón, en el Hotel Majestic (París). Yo tenía diecinueve años. Por supuesto que hubo una escena memorable en que yo declaré que así no seguiría viviendo y que estaba dispuesta a tirarme por la ventana. Mi madre no se dejó inmutar por la amenaza, no me devolvió el libro y salió de mi cuarto diciendo que yo tenía compostura. Le di inmediatamente la razón, tirando medias por la ventana.
En 1916 conoce a José Ortega y Gasset (1883-1955) un filósofo español que la ayudó en la creación de una revista de ideas y cultura. En 1930 fundó la revista Sur, que se editó durante cuatro décadas.
José Ortega y Gasset y Victoria Ocampo mantenían un dialogo fluido y una mutua admiración. Sin embargo, hubo un tema que los enfrentó directamente: el papel de la mujer en la sociedad del mundo occidental. Mientras Ortega se manifestó desde una lógica patriarcal que defendía las relaciones desiguales y jerárquicas, Ocampo lo hizo desde una lógica feminista que proclamaba la igualdad de los términos.
Dirá Ortega la excelencia varonil radica (...) en un hacer; la de la mujer en un ser y en un estar. O con otras palabras: el hombre vale por lo que hace, la mujer por lo que es (Ocampo, 1924: 153). Con esta frase, intentaba decir que mientras el hombre tenga un mejor actuación en el mundo público, más atracción generará sobre la mujer quien a su vez estimularía, en calidad de ideal, ese actuar masculino. Dentro de este pensamiento fue analizada la mujer argentina en el discurso literario de la época, donde cada sexo-género tenía una función específica pero complementaria.
Como contraposición, la postura de Victoria sobre lo femenino se vio claramente desarrollada en una serie de artículos publicados hacia mediados de la década de 1930, donde se destacaba la censura de las mujeres a lo largo del tiempo:
Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer, (…) empieza por un no me interrumpas de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera predilecta de expresión adoptada por él (La conversación entre hombres no es sino una forma dialogada de este monólogo). Se diría que el hombre no siente o siente muy débilmente la necesidad de intercambio que es la conversación con ese otro ser semejante y sin embargo distinto a él: la mujer (Ocampo, 1984: 173).
El monólogo del hombre no me alivia ni de mis sufrimientos ni de mis pensamientos. ¿Por qué he resignarme a repetirlo? Tengo otra cosa que expresar. Otros sentimientos, otros dolores han destrozado mi vida, otras alegrías la han iluminado desde hace siglos (Ocampo, 1984: 174).

Delfina Bunge

Es otra de las escritoras reconocidas dentro del complejo campo cultural argentino de principios de siglo XX. Las mujeres quieren ser vistas de otra manera, desempeñar nuevos roles y esto se ve reflejado en el ámbito literario, donde asumen posiciones fuertes y contradictorias al modelo imperante. Es importante tener en cuenta que en cierto sector social, el campo intelectual era el único donde las mujeres eran alfabetizadas. Aun así, eran limitados los géneros que podían publicar (mayoritariamente poesías, diarios, memorias) y también eran limitadas a la hora de leer. Muchas veces, la mujer que escribía era ridiculizada y se consideraba que su esfuerzo era en vano, ya que nadie querría leer algo tan “cursi”.
Para dejar en claro esto, basta con leer lo que Fermín Estrella Gutiérrez (1928) publicó en la revista Nosotros a raíz de la aparición de Voz de la vida, la primera novela de
Norah Lange:

Con un asunto viejísimo, y valiéndose de un género literario ya fuera de moda, Norah Lange ha escrito un libro nuevo. Simple como un pensamiento de niño, el nudo de esta novela se deshace en nuestras manos desde las primeras páginas. Voz de mujer, voz de la vida, que en angustioso llamar se tiende hacia el oído del varón fuerte que la espera. El libro de Norah Lange no es más que eso. Y para ser más de corazón a corazón, lo ha escrito en cartas.
Toda producción nos permite transladarnos al momento en que fue elaborada, esta mujer a traves de sus escritos, reproduce el mundo en el que estaba incerta. Así es como en Cuadernos de Infancia (otro de sus escritos), Lange construye la historia familiar a partir de su micro universo: un padre distante de sus hijas, donde no se registran conversaciones entre ellos; una madre dedicada a la costura y a labores domésticos y si bien la madre expresaba su cariño, el mundo de los niños alejado del de los adultos (comen en mesas separadas, no se juega ni se conversa con ellos).

Alfonsina Storni

Legendaria poetiza luchadora por la emancipación de la mujer. Entre literatura femenina y emancipación hay vínculos estrechos: una gran literatura femenina es posible con una emancipación avanzada, y, a la inversa, la emancipación debe mucho a las escritoras femeninas. ( Hans-Otto Hill, “Provocación, lucidez y marginalidad en la obra de Alfonsina Storni”)
Es feminista en todo, no se limita solo a la autodeterminación sexual y a través de sus ensayos y escritos publicados en la revista La nota y el diario La nación, deja claro que concibe a la sociedad argentina como machista y retrógrada.
En Las poetizas americanas, Alfonsina hace un balance de la literatura femenina en la que ella misma estaba inserta, y valora mucho a algunas escritoras uruguayas, y a las argentinas Delfina Bunge, Rosa García Costa y Amanda Zucchi, afirmando que la condición de la mujer, impide todavía que sea una gran novelista. Luchaba por que la tolerancia y las libertades de todos, y en especial la de las mujeres
¡Eh obreros! Traed las picas!
Paredes y techos caigan.
Me mueva el aire la sangre,
me queme el sol las espaldas.
Mujer soy del XX (…)
(Siglo XX)
El 9 de mayo de 1920, en la primera página de la segunda sección del diario La Nación, una columna firmada por Tao Lao, pseudónimo de Alfonsina Storni, sostenía:
“Si de 7 a 8 de la mañana se sube a un tranvía se lo verá en parte
ocupado por mujeres que se dirigen a sus trabajos y que distraen su viaje
leyendo.
Si una jovencita lectora lleva una revista policial, podemos afirmar que
es obrera de fábrica o costurera; si apechuga con una revista ilustrada de
carácter francamente popular, dactilógrafa o empleada de tienda; si la
revista es de tipo intelectual, maestra o estudiante de enseñanza secundaria,
y si lleva desplegado negligentemente un diario, no lo dudéis ... consumada
feminista (…)”.
Las mujeres se encontraban muy limitadas y censuradas a la hora de escribir o leer. Los ejes argumentativos debían desarrollarse en torno a pasiones amorosas, exitosas o frustradas, que alejan a las protagonistas y a las lectoras de las tareas cotidianas que realizaban (como ir a trabajar). Y tal cual se puede apreciar, lo que cada mujer elegía a la hora de leer, era un factor determinante del “tipo de mujer de la que se trataba”. Así, se catalogaba de feministas a las mujeres escritoras que no querían seguían los cánones impuestos por la sociedad patriarcal. Eran las transgresoras, las desafiantes, y generalmente tenían una fuerte vinculación con la política.

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